Necropolítica y espiritualidad

David Hernández Sanza
Terapeuta, Comunicador, Escritor y Profesor
Inclusive el mundo empresarial que funciona como un puesto avanzado de la objetividad y el pragmatismo de nuestra cultura actual, muestra cada día más interés por explorar en busca de valores que le reconfiguren y le rediseñen su papel. Pareciera que la necesidad de una comprensión de espiritualidad, es necesaria. Una muestra de la importancia del tema.
Entendamos la situación. Los intentos de propuestas religiosas por mostrar la supremacía del espíritu sobre el cuerpo, se invalidan cuando buscamos la posibilidad de expresar espiritualidad sin envolver el cuerpo. Porque el lugar de la espiritualidad es el cuerpo mismo.
Ya tenemos problemas con el cuerpo, con componente moral, dogmático, programado en alto grado, desarrollado a través de un proceso que exigió la necesidad de reglamentarlo para evitar el desbordamiento de su función natural. Cuánto más difícil es lidiar con el Ser interior, Espíritu, Energía o Alma (según la tradición que escojamos) que es Inmoral, Transgresora, Subversiva, Revolucionaria, Anárquica y Libertaria. Es de allí que han surgido conceptos como humanidad, libertad, solidaridad y hasta democracia.
Los problemas relacionados con el existir se hacen manejables el día que descubro que soy el socio mayorista de mi propia existencia. Ocurre lo contrario cuando mi ser interior se descubre frente a situaciones conflictivas, la reacción de su naturaleza es conflictuarlas, no resolverlas. Estamos en el terreno de la Espiritualidad.
Los estados modernos incorporan en sus estructuras el uso de la fuerza como política de seguridad para la población. Por lo general los discursos que se utilizan para validar estas políticas, terminan por reforzar segregaciones, estereotipos, enemistades e inclusive el exterminio de grupo o sectores de la sociedad.
Es de esta realidad que nace el concepto y el término Necropolítica, un gran interrogante sobre si el estado tiene o no tiene “licencia para matar” en defensa de su discurso del orden.
Michael Foucault, filósofo, teórico social, historiador, crítico literario, sicólogo, y profesor francés es muy conocido por sus reflexiones sobre el poder y sobre las estructuras políticas de las sociedades occidentales. Para él, el poder está siempre asociado a alguna forma de saber que viene de diferentes direcciones, personas e instituciones y opera de modo difuso. En sus propias palabras “un conjunto de relaciones de fuerza multilaterales”.
Foucault observó que se necesita dominar técnicas e instrumentos que justifiquen y afirmen las decisiones que influencian a las personas. Por el uso de éstas pueden fortalecerse prácticas de organización social y la percepción de derechos y deberes de una sociedad, por ejemplo.
Pero también estos instrumentos y técnicas han servido para el ejercicio de prácticas autoritarias, de discriminación, de seguimiento, de control de nuestros cuerpos e inclusive de nuestros gustos y deseos.
En su búsqueda y preocupación por conocer el por qué algunos discursos son aceptados como verdaderos y otros no, cómo son creados éstos discursos y cuáles sus impactos, creó los términos Biopolítica y Biopoder. La primera es la fuerza que dirige grandes multitudes o grupos de individuos y la segunda se refiere a los dispositivos y tecnologías de poder que administran y controlan la población a través de técnicas, conocimientos e instituciones. Son los biopoderes los encargados de la administración de la salud, la alimentación, la sexualidad, la natalidad, las costumbres, etc. en la medida que éstas sean preocupaciones políticas.
A partir de esta idea del discurso como instrumento de poder, el filósofo, teórico político, historiador y pensador camerunés Achille Mbembe, construye el término-concepto de Necropolítica, el poder de decidir quién puede vivir y quién debe morir.
Con el biopoder y el uso de las tecnologías en sus manos, el hecho de ´dejar morir´ se hace aceptable por el colectivo. Aunque no se puede aceptar para todos los cuerpos. Hay cuerpos “matables”, aquellos que están en riesgo de muerte permanente por causa de parámetros que lo definen: su origen étnico, el color de su piel, su condición social, etc.
Estamos aquí frente a los mundos de muerte, la justificación del asesinato de grupos sociales, la función del estado para reglamentar límites entre derechos, violencia y muerte. Y la respuesta de muchos estados, con destaque sobresaliente para el estado colombiano, ha sido crear zonas de muerte, donde a diferencia de la Palestina, sectores del África o Kosovo, la delimitación no es geográfica solamente sino política, ideológica, de condición económica, de apellidos, de su valor ante la justicia.
Y surge aquí una pregunta importante de cuya respuesta dependerá la sostenibilidad de un país y su permanencia en el tablero de las democracias que pueden buscar privilegiar a los seres humanos sobre cualquier otra razón de poder: ¿Cómo elaborar una respuesta frente a este conflicto de muerte e injusticia?
Mi capacidad de respuesta solo puede estar dada a partir de mí espiritualidad, esto es, el marco de referencias, de valores, de sagrados, de trascendentes, de mi capacidad de transgredir aún mis propios instintos, ideas y convicciones. Al final, la confianza de que mi alma es lo suficientemente inmoral y transgresora para saber adaptarse, calcular y crear un Bien que no solo es personal sino que pueda ser común. La capacidad de ese ser interior, su expresión como espiritualidad, me permite por lo menos:
Primero, producir un sentido de Equilibrio que haga posible a través de la elaboración de preguntas importantes, predisponer actitudes inteligentes y no reacciones meramente viscerales. Segundo, permitir un sentido de Esperanza, del verbo Esperanzar y no del verbo esperar, esto despierta mi creatividad. Y, tercero, desarrollar un sentido de Conciencia, la facultad de estar entero en este momento, esto me mantiene en el foco correcto, mi mayor conflicto es también conmigo mismo.
Y es ahí que lo que llamaríamos las grandes espiritualidades colectivas o imaginarios espirituales comunes (si quiere llámelas religiones), se abren camino a partir de esa reflexión y logran aportar en la búsqueda de solución. Para unas el destaque es la Vida, lo que lleva a la no violencia activa; Para otras la Superación del sufrimiento, lo que lleva al desprendimiento creativo; Para otras el camino de la Rigidez y el Dogma, lo que lleva a la disciplina liberadora.
Nos correspondería, por nuestro papel como una subcultura de occidente, el Cristianismo cuya centralidad y aporte es la Ética del Jesús histórico y el Sentido de la esperanza, la primera como respuesta de ese Jesús al mundo Judío y la segunda como respuesta de los primeros cristianos al mundo griego.
Muy poco de eso se ve a través de las diferentes organizaciones religiosas colombianas y más bien la mayoría han optado por una respuesta desde su espiritualidad, que se la juega toda a favor de la Necropolítica. Parece que olvidaron la esencia del ser interior, el alma de su Jesús y solo traen a referencia su cuerpo despedazado para justificar y sentir placer en el apoyo a un estado que parece tener como objetivo mayor, despedazar cuerpos.