¡Lástima Ibagué!

El deporte más popular de nuestros alcaldes, hablo de Ibagué, es licitar y empezar obras, así halla qué hacer a los pocos días de adjudicadas actas de suspensión por meses y/o tiempos indeterminados.
La lista es interminable, pero como en nuestro municipio no existen órganos de control, y los regionales y nacionales están cooptados desde arriba, los burromaestres de turno se burlan de quienes ejercen la ciudadanía y denuncian haciendo uso del control social, a título personal o por intermedio de las veedurías.
Es lo que está sucediendo con el cuestionado convenio con Infotic, un esperpento planeado y orquestado para apropiarse de varios miles de millones de pesos – y que por fortuna la ciudadanía, y un órgano de control que despertó hizo la advertencia necesaria, y con el cuestionado viaducto (no puente) de la calle 60 con avenida quinta.
El contrato del viaducto de la 60 no es producto de la improvisación, como piensan algunos. Es toda una orquestada patraña plagiada de la contratación de los fallidos Juegos Deportivos Nacionales 2015, y que debía tener como punto de quiebre lo que estamos viviendo. No hubo planeación, investigación y preparación, sino que por el contrario, todo esto se omitió para presentarnos la actual escena.
Adjudicar contratos y hacer millonarios anticipos sin tener los estudios y permisos previos del órgano regional ambiental para intervenir las áreas forestales que pueden resultar afectadas, así como los demás permisos y licencias, para después de hechos los desembolsos justificar la trampa mediante un cinismo paranoico, y suspender la etapa contractual para que los cacos de siempre se vayan con los bolsillos llenos, es un vil acto de picardía.
Cacos con antecedentes en Marinilla y Cafarnaúm, pero a quienes el peso de la ley no les llega porque en algunas regiones quienes deben investigar y juzgar están cooptados por ese corrupto poder, y quienes contratan y ordenan salen con sus alforjas llenas para negociar inhibiciones o prescripciones.
Mi padre, un campesino antioqueño que llegó a Ibagué en la época de la colonización antioqueña y forjó un hogar con una consagrada docente ibaguereña, decía: “No hay nada más arrogante, que un gil estrenando paño.”