Ibagué en desgracia

Carmen Inés Cruz fue la última gobernante del siglo XX y con ella se fue un estilo de Gobierno que en la historia de los alcaldes por elección popular, con su excepción, estuvo y ha estado ausente en la saqueada Villa de San Bonifacio.
Para desgracia de una amplia mayoría de municipios colombianos – de la que hace parte Ibagué – la reforma constitucional de 1986 que implementó la elección popular de alcaldes, y el paulatino y agudo resquebrajamiento de los partidos políticos, propició el surgimiento de movimientos locales que con la nueva ley de partidos, posibilitó la conformación de mafias regionales que reagrupadas a nivel nacional, han hecho de la ciencia política una actividad indigna, direccionada por estructuras mafiosas, de saqueo al erario, cuyos recursos propios y transferencias no son invertidos y administrados conforme a las normas y principios básicos de la contratación estatal, es decir, transparencia, economía, eficacia y objetividad, sino de acuerdo a los pactos y “venta de puntos” realizados en las multimillonarias campañas que les permitió negociar y comprometer el poder.
El estado de postración y abandono de nuestra ciudad, está de pleno justificado por las anteriores razones, que desde el tristemente célebre Jorge Tulio Rodríguez y hasta el incompetente fanfarrón actual, siguen mal direccionando los recursos y las políticas públicas, más no gobernando y administrando nuestra entidad territorial, como debería ser.
Las grandes obras que necesita nuestra ciudad, no solo no se han podido realizar, sino que además buena parte de ellas se han quedado inconclusas, producto del saqueo de las mafias corruptas que nos siguen gobernando. El Sistema Estratégico de Transporte Público, que conlleva una excelente infraestructura vial, señalización y semaforización, así como vías amables para peatones y ciclistas; el Plan Maestro de Alcantarillado; la conservación de los Cerros Noroccidentales, el de la Martínica y el Cañón del Combeima, como grandes reservas forestales y fuente hídrica principal de nuestra ciudad; la adecuación y construcción de una buena infraestructura de escenarios deportivos; una educación pública preescolar, primaria y secundaria no solo de calidad sino con el complemento de un Plan de Alimentación Escolar adecuado a la edad, de calidad y con cobertura total; infraestructura turística que potencialice la afluencia de visitantes; infraestructura de servicios públicos domiciliarios que garantice un servicio de calidad y permanente; la recuperación del espacio público, que permita espacios urbanos amplios y adecuados a los peatones; Todos y todas estas son propósitos y tareas que han sido incumplidas y están por ejecutar y/o terminar.
En síntesis, construir verdaderamente ciudad e invertir conforme a las necesidades reales de nuestra ciudad, dos pilares que son tan sencillos de entender y empezar a construir, pero que por las razones expuestas en los primeros párrafos han estado ausentes y que esperamos, desde la próxima elección, sean el norte que guíe a los electores para no volvernos a equivocar.
¡Es hora de un cambio de verdad!
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El estado de postración y abandono de nuestra ciudad, está de pleno justificado por las anteriores razones, que desde el tristemente célebre Jorge Tulio Rodríguez y hasta el incompetente fanfarrón actual, siguen mal direccionando los recursos y las políticas públicas, más no gobernando y administrando nuestra entidad territorial, como debería ser.
Es indudable que la ciudad apena, la ciudad duele. Para alguien como yo que viene a trabajar y vivir a la ciudad desde otra ciudad más voluminosa, hacen ya bastantes años, encontrarme con el ambiente de una ciudad más pequeñe, tranquila con una panorámica algo parecida con la capital de mi departamento, en principio, me generó un grado de bienestar y descanso; pero cuando empieza a enfriarse el “espíritu del recién llegado”, encontrarse con el constructo de ciudad que se es, genera una impresión de sorpresa, de tristeza, de cuestionamientos y de serias dudas sobre la calidad, honestidad y capacidad de quienes han gobernado a Ibagué; salvo la anterior administración de la ciudad, las demás administraciones, cuatro en total que he conocido su andamiaje, su desempeño y sus «aportes» al ente territorial, han dejado una estela de vergüenza, enojo y frustración en la imagen, cuerpo y contenido de Ibagué. Las administraciones de Ibagué han sido una verdadera tragedia para la ciudad (hablo desde la administración de 2004 en adelante, a mi modo de entender, se exceptúa la administración de Guillermo Alfonso Jaramillo, pero igualmente su aporte fue mínimo en cuanto un solo período en medio de un mar de desorden y despilfarro, logra dar pinceladas, pero no más, hoy quedan vestigios de su legado). Pero a la par de quienes han «gobernado» la ciudad, está el elector. Para mí, el electorado es ampliamente responsable de esta realidad que vive y padece Ibagué, ¿Cómo después de tener una administración como la anterior que logró recuperar parte del capital despilfarrado por su antecesor y la banda que lo acompañó en tan deleznable empresa, permite que vuelvan estas bandas de verdaderas mafias a gobernar en Ibagué? Entonces, si la ciudad, si el conglomerado electoral no desarrolla una capacidad política para elegir y hacer seguimiento a lo que hace el gobernante, a entender que “la calentura electoral” es “cuestión de horas”, pero la decisión que tome cada ciudadano y ciudadana para elegir el alcalde de la ciudad va a pesar, ni siquiera cuatro años, puede determinar toda una vida y muchas vidas en cuanto al futuro de la ciudad. Por eso se necesita un trabajo muy serio, sistemático y concienzudo por parte de las mismas instituciones y partidos políticos para “develar” al pueblo trascendencia de la un voto y la responsabilidad que recae sobre cada sujeto cuando marca el nombre de un candidato para gobernar la ciudad, el municipio, el departamento, el país. Gracias por su excelente artículo. Con aprecio, Heriberto.
Ofrezco disculpas por el artículo saltado y ubicado en otro lugar de la frase: «para “develar” al pueblo la trascendencia de un voto y la responsabilidad que recae sobre cada sujeto cuando marca el nombre de un candidato para gobernar la ciudad, el municipio, el departamento, el país.»